Nuestra vida es plural: hablamos, intercambiamos, creamos, tejemos lazos en la diversidad. Sin embargo, desde hace una década, la expresión “sociedad de la información” ha entrado en nuestras vidas en singular.
El término salió de los círculos de iniciados, y se le dedica una cumbre mundial. De todas las cumbres de la ONU que se sucedieron desde inicios de los años 90, es la única que lleva en su título el término de “sociedad”. Las cumbres anteriores se refirieron a uno u otro de los grandes temas planetarios que atraviesan nuestra época: el medio ambiente (Cumbre de la tierra en Río), las mujeres (Beijing), la demografía (El Cairo), lo social (Copenhague)... Que la CMSI no se llame simplemente CMI - Cumbre Mundial de la Información - no es anecdótico: para los que la concibieron, se trataba de mostrar que la cuestión de la información no era solamente un asunto de infraestructuras y de técnicas, sino que planteaba interrogantes a la sociedad. Un enunciado destinado a encontrar el apoyo de la mayoría: todos están de acuerdo sobre la amplitud de la mutación ligada a la llegada masiva de las tecnologías de la información a nuestras sociedades, tanto del Norte como del Sur.
Sin embargo, el consenso se acaba allí, porque para los iniciadores gubernamentales de la cumbre, se hace referencia primeramente al impacto de la información en nuestros sistemas de producción: de la misma manera que el agua y luego la energía han sido la piedra angular de nuestras sociedades anteriores, basadas sobre la agricultura y más tarde, la industria, la información les parece la nueva columna vertebral de nuestras economías.
Elegir el modo de producción como característica fundamental de una sociedad, no es algo neutro. Esta elección encuentra la adhesión, tanto de algunos herederos del marxismo, para quienes la infraestructura económica determina las superestructuras culturales, como la de los ultra liberales, que descifran el mundo solamente a través de la competencia económica. En el fondo, revela el primado otorgado a la economía, primado que recibe el apoyo tanto de los grandes media como de los responsables políticos y, por supuesto, económicos. La información, en carácter de motor económico, se convirtió para ellos en una nueva narración planetaria.
Este enfoque del “todo económico” es denunciado desde inicios de los años 90 por numerosos movimientos ciudadanos y sociales a través del mundo, rebatiendo la supremacía de la lógica mercantil sobre todas las consideraciones ligadas a la salud, la cultura, el medio ambiente y el desarrollo en general. Esta resistencia opera actualmente luchando paso a paso para que las reglas del comercio internacional toleren excepciones, para que el interés común no esté subordinado al dogma según el cual nada debe trabar el intercambio mercantil que, siempre que sea “libre”, sería la fuente fundamental de crecimiento y bienestar. El ejemplo más conocido de derogación obtenido en estos últimos años es el de los medicamentos genéricos: en la cumbre de Doha, los imperativos de salud tomaron transitoriamente la delantera, con relación a aquellos de la propiedad y el comercio.
A primera vista, el mismo movimiento de liberalización/resistencia se manifiesta cuando se llega a hablar de información: por un lado la doxa internacional pretende que solamente si los mercados no están reglamentados, se podrá aportar las estructuras necesarias para un acceso universal a la sociedad de la información. Por otro lado, algunos movimientos luchan para que la información siga siendo, ante todo, un bien público y preconizan una regulación y una gobernabilidad pública a la altura de los grandes desafíos de la era de la información.
Mirando de cerca, las líneas de fuerza son mucho más complejas. Como si la información no pudiera dejarse encerrar en las grandes categorías que estructuran hoy las tensiones del mundo. En primer lugar, la información está efectivamente en el centro del proceso económico actual, pero lo supera y se escapa de él en gran medida. Para aquellos que buscan ver en la cultura solamente “bienes culturales” salidos de “industrias culturales” y fuentes de nuevos mercado potenciales, las redes de información hicieron explotar los intercambios de contenidos culturales no mercantiles, dando visibilidad a fuerzas creadoras, interconectadas de ahora en más, que inventan y experimentan sobre la marcha nuevos modos de producción en colaboración.
Además, en el seno mismo de los procesos de producción, la información altera las reglas fundamentales del capitalismo. Permitiendo un crecimiento incesante de la productividad, ella traslada los costos de producción del centro mismo de la fabricación hacia campos de lo inmaterial, como el marketing y la publicidad, que a su vez contribuyen, a su manera, a moldear nuestra visión del mundo.
Siempre en el orden económico, la abundancia intrínseca de la información, que se volvió reproducible a voluntad y a muy bajo costo gracias a la digitalización, hace inoperante cualquier tentativa de importar reglas provenientes de la propiedad de bienes materiales para aplicarlos al campo de la propiedad intelectual. Aquellos que hablan de fortalecimiento de los derechos de propiedad intelectual se inscriben en una carrera perdida de antemano, y aparentemente sin salida, para recrear artificialmente escasez mediante reglas jurídicas o técnicas.
En otro orden de ideas, mientras que la propia economía de la información, hiper competitiva y poco regulada, es objeto de tentativas de construcción de posiciones monopolísticas (Microsoft, Google), emergen sin embargo de todas partes, procesos de producción cooperativos y de autoproducción, de creación por los mismos utilizadores. Su éxito saca a la luz el hecho de que la creatividad y la innovación escapan en parte al capitalismo clásico, cuestionando las nociones de progreso y de desarrollo.
Mucho más allá de la esfera económica, los nuevos artefactos de la información (CMS, blogs, VoIP, VoD, podcasting) liberan la palabra. La mundialización, ¬tomada en el sentido de la liberalización de las cuencas culturales, de una circulación de conocimientos, ya no es el privilegio de una élite mediática o mediatizada, sino que puede abrirse a aquellos y aquellas cuya expresión estuvo hasta ahora confiscada de facto. Entre los acaparadores de palabras, se encuentran aquellos que pretenden tener la exclusividad de la legitimidad del “decir”, que han tomado el control económico y político del espacio mediático. Los usos alternativos de las nuevas tecnologías de la información interpelan tanto del exterior como del interior a ese tradicional “cuarto poder”. Ellos presionan para redefinir las reglas de funcionamiento de los medios masivos de comunicación, así como su lugar y su papel, redefiniendo en el camino la noción misma de “servicio público” de la información, particularmente en el campo de la radiodifusión.
Finalmente, desde los inicios de Internet, los actores que se encontraban en el corazón de la innovación tecnológica establecieron formas de autorregulación (W3C, IETF) que afectan tanto a los defensores de una “real política” de la superpotencia así como a los paladines del multilateralismo intergubernamental. En efecto, la emergencia de estas estructuras de normalización por consenso coincide con el poder creciente del sector privado en detrimento de los actores públicos (Estado, colectividades territoriales, instituciones supranacionales). Una erosión de la potencia pública que la ONU pone en escena en el transcurso de sus cumbres, celebrando cada vez un poco más el rol del sector privado y apelando a la generosidad de este último para financiar hasta sus mínimas iniciativas ¡comenzando por las mismas cumbres! En esto nos encontramos frente a una “doble obligación”: favorecer la participación creativa de sectores enteros de la sociedad, sin preparar el lugar a una privatización de las grandes funciones del Estado.
Pero si por un lado no podemos volvernos ciegos a estos cuestionamientos de nuestras representaciones ligadas a la nueva importancia dada a la información, por el otro, no podemos pensar en la sociedad de la información fuera del mundo en el cual ella emerge.
La CMSI se desarrolló en un período de más de tres años (julio de 2002 a noviembre de 2005). En el curso de estos tres años, la escena internacional ha sido marcada - entre otras cosas - por dos grandes evoluciones:

- La voluntad de la mayor potencia del mundo de rechazar el multilateralismo y la democratización internacional. Un aislamiento jalonado por el conflicto en Irak, la negativa reiterada de ese país de adherir a los acuerdos de Kioto y al Tribunal Penal Internacional, y en el momento en que escribimos, la obstrucción sistemática al proyecto de reforma de las Naciones Unidas y de cualquier tentativa de democratización del espacio político internacional. Bajo esta luz, el debate sobre la gobernabilidad de Internet, considerado como el más importante de la CMSI y el rechazo de los Estados Unidos de abandonar su control sobre el ICANN, no son más que la antesala de algo mucho más vasto. Estas actitudes se encuentran en otros lugares de negociación: en la UNESCO, los Estados Unidos, seguidos por la mayoría de los países desarrollados, se oponen a una convención con fuerza operatoria sobre la diversidad cultural; en la OMPI, donde estas mismas potencias bloquean el debate sobre una necesaria evolución de los conceptos de la propiedad intelectual para favorecer el desarrollo y el acceso al conocimiento en la hora digital.

- El aumento de los temores colectivos, nutridos a la vez por un terrorismo globalizado y por un discurso de “seguridad total”. La historia nos ha mostrado suficientemente que esos temores son el terreno privilegiado del conformismo social y de los engranajes de la guerra. Asistimos a un retroceso generalizado, cuando no se trata de cuestionar directamente, un cuestionamiento frontal, de los derechos humanos más fundamentales y de todo el edificio legal y jurídico internacional conquistado en el curso del siglo pasado. Al respecto, la elección de Túnez para recibir a la CMSI, país que no deja circular libremente la información, constituye una paradoja que solo este contexto de seguridad puede explicar. La innovación tecnológica en el corazón del mejoramiento de las condiciones de vida desde hace un siglo también se ve afectada por los abordajes de la seguridad, a riesgo de frenar sus capacidades creativas. Las vallas de protección democráticas, garantes de una utilización de la tecnología respetuosa de las libertades y de los derechos fundamentales, ceden el terreno a las justificaciones guerreras.
Ante esta realidad multiforme de la era de la información, actores y actoras de todos los países tratan a su vez de prevenir riesgos, de estudiar y proponer alternativas, vivir y promover la complejidad rechazando las lógicas de encerramiento en una concepción monolítica de las sociedades del mañana.
A través de esta obra escrita por alrededor de unas sesenta manos de diferentes orígenes culturales, hemos querido intentar restituir esta complejidad. No hay “una” sociedad de la información, sino sociedades, plurales, en movimiento, emergentes, cambiantes. Estas sociedades, como las palabras que las sostienen, no nos han sido dadas para digerirlas o asimilarlas, sino para construir colectivamente y de manera ascendente. La información y sus tecnologías no pueden hacer las veces de un proyecto común. El proyecto reside en lo que haremos de la información, los riesgos y las potencialidades que le son inherentes. Dejar expresarse y aumentar la creatividad, hacer circular los conocimientos, abrir los patrimonios de saberes a los más pobres, mestizar las culturas, respetando al mismo tiempo su diversidad, rechazar las regresiones religiosas nutridas por la ignorancia, proteger y promover las libertades, no confiscar la palabra. Crear un entorno propicio para que se desarrolle el deseo de comunicar, de ser y de hacer juntos. Palancas, todas ellas que están a nuestra disposición para poner la información al servicio de una dinámica de paz, de respeto y de solidaridad. Al servicio de las sociedades de los saberes compartidos.

5 de noviembre de 2005

couverture du livre enjeux de mots Este texto es un extracto del libro Palabras en Juego: Enfoques Multiculturales sobre las Sociedades de la Información. Este libro, coordinado por Alain Ambrosi, Valérie Peugeot y Daniel Pimienta, fue publicado el 5 de noviembre de 2005 por C & F Éditions.

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